Yo era un hombre, estaba en una camioneta conversando con un cómplice. Un cómplice de asesinato.
Estábamos en una estación de gasolina muy alejada de todo, habíamos enterrado el cadáver de la chica en varios sitios, un pedazo por aquí y otro por allá. El lugar que más recuerdo es donde enterramos su cabeza, debajo de unas flores muy bonitas de color rosado.
Me sentía tranquilo, confiado, todo había sido bien planeado, pero mi compañero, un rubio medio tonto, grabó -si yo saberlo- un video de él teniendo sexo con el cadáver y lo compartió con un amigo de Canadá que a su vez lo compartió, y se compartió, y se compartió el video una y otra vez.
Lo insulté, me molesté, ¡estaba furioso! por haber elegido de forma tan torpe a mi ayudante. Ahora por su culpa yo estaba expuesto, sin duda alguna con semejante evidencia las autoridades llegarían hasta mí. Me devolví a las flores donde se hallaba la cabeza. Pero al llegar allí, no vi el lugar donde estaba enterrada la cabeza, porque yo era la cabeza. Desde abajo, a través de las flores y la tierra veía al hombre, que tocaba las flores y las miraba con pena mientras decía, ahora tendré que entregarme por culpa de ese idiota, ahora no podré venir a visitarte.
Agnesi.